Al cumplirse 88 años de su nacimiento, recordamos a este artista de eterna vigencia, que dejó para la posteridad un valioso legado musical
Simón Díaz alcanzó fama, reconocimiento y prestigio, gracias a una trayectoria intachable, sólida y coherente, que lo situó como una de las figuras más queridas y respetadas de Venezuela, un país que siempre fue su razón de ser como cultor y divulgador de sus expresiones populares, a través de la música, el humorismo y la poesía que emana de sus canciones, cuyo sello distintivo es el de la autenticidad, reflejada con sencillez, pero no por ello carente de profundidad y universalidad.
Nacido al sur del estado Aragua, en el pueblo de Barbacoas, el 8 de agosto de 1928 (hoy estaría cumpliendo 88 años) y fallecido en Caracas el 19 de febrero de 2014, es, sin ninguna duda, el más célebre músico, compositor e intérprete del género popular venezolano, con una fructífera y eminente obra, que comenzó a conocerse internacionalmente a raíz del éxito de “Caballo viejo”, inicialmente grabada por el grupo gitano Gipsy Kings con el nombre de “Bamboleo”, y que posteriormente versionaron luminarias de la estatura de Plácido Domingo, Julio Iglesias, Celia Cruz, Raphael y la orquesta de Ray Conniff, entre otras muchas.
La persistencia y un eterno afán de superación marcaron la vida de este artista. Era el primogénito de siete hermanos y al morir su padre tuvo que hacerse cargo de la familia, con la cual se mudó a San Juan de los Morros, donde desempeñó los más variados oficios: becerrero, muchacho de mandados, vendedor de chucherías y, finalmente, uno que lo encaminaría hacia lo que sería su futuro: el de atrilero en un grupo musical local llamado Siboney, del que llegó a ser también cantante, viendo cumplida así una vocación que comenzaba a arraigarse en él.
Inicios en TV
Tenía 20 años cuando decide venirse a Caracas para probar suerte como cantante y coplero. Consigue emplearse como cobrador de un banco, a la vez que se inscribe en la Escuela Superior de Música, dirigida por el maestro Vicente Emilio Sojo, en la cual recibió clases por tres años y aprendió a tocar varios instrumentos. Las enseñanzas recibidas lo motivaron a acercarse a la tonada llanera, que se propuso rescatar, pues consideraba que estaba en vías de extinción por no encontrar cultores que la proyectaran. De esa época es uno de sus temas más emblemáticos, “Tonada del cabestrero”, con la cual inició la reivindicación de esa hermosa expresión de nuestra música.
Pero no sería la música, sino el humorismo, su puerta de entrada al mundo del espectáculo. Su fallecido hermano, Joselo, quien al llegar a la capital logró trabajar en esta faceta, en el programa cómico “Radio Rochela”, lo recordaba de esta manera:
“A pesar de ser feo tuve la suerte de entrar a Rctv como humorista y ganaba casi el triple de lo que percibía Simón en el banco. Así que al ver eso, me dijo: ‘Póngase a regar la especie en radio y en tevé que usté tiene otro hermano que es el que le da la mano, pero que es mejor que usté’”.
Dicho y hecho. No pasaría mucho tiempo sin que entrara a Venevisión, nada menos que en plan estelar, como protagonista de un programa semanal de comedia costumbrista, titulado “La quinta de Simón”, todo un suceso. Posteriormente pasó a Radio Caracas Televisión para estelarizar “Criollo y sabroso”. A partir de entonces su imagen en la pequeña pantalla se haría familiar en otras producciones, como “Mi llanero favorito”, “Venezolanamente”, “Simón cuenta y canta” y “Pido la palabra”.
Nace el Tío Simón
Pero su gran logro lo tuvo en la década de los 80, con el espacio “Contesta por Tío Simón”, a través de Venezolana de Televisión. Allí, junto a los niños Chusmita, Coquito, Teresita, Zurima, Jessica y Dulce María, no sólo acrecentó su ascendencia entre los venezolanos, sino que también comenzó a ser conocido con el cariñoso apelativo de Tío Simón.
Paralela a su actividad televisiva, acrecienta su popularidad como conductor, en Radio Rumbos, del programa diario “Rumbos, coplas y canciones”, que se mantuvo durante 24 años con una altísima sintonía. Ya estaba cumpliendo su sueño de proyectar lo mejor de nuestra música y sus más calificados cultores, así como los talentos emergentes.
A la pantalla grande saltaría en películas como “Cuentos para mayores”, de Román Chalbaud; “Isla de sal”, de Clemente de la Cerda y “La empresa perdona un momento de locura”, de Mauricio Walerstein, entre otras. Fue precisamente en “Isla de sal” donde interpretó una canción humorística, “Por Elba”, que se convirtió en su primer éxito y con la cual iniciaría una estrecha colaboración discográfica con Hugo Blanco, desde 1963 hasta 1976, de la cual surgirían otros sucesos, como “El superbloque”, “Luna de Margarita” y “Mi querencia”, así como la serie de “La gaita de las cuñas” y “La gaita de las locas”, que todos los diciembres llenaban de sano y ocurrente humor a los hogares venezolanos.
Pero luego asumiría sus creaciones de forma más rigurosa, como vehículo para expresar las bondades y el sentimiento de su tierra. Sus canciones están inspiradas en las vivencias del llano, el paisaje, la flora y la fauna, acompañadas musicalmente del arpa, el cuatro y las maracas, instrumentos que son expresión de la venezolanidad.
Un Grammy a la trayectoria
Como coronación de una carrera tan llena de logros, en 2008 recibió el Grammy Latino a la Trayectoria, que le fue entregado el 12 de noviembre en el Hobby Center for the Performing Arts, en Houston, Texas, Estados Unidos, una distinción que, según la Academia Latina de la Grabación, la institución estadounidense que se la confirió, “es otorgada a individuos que, durante sus carreras musicales, han realizado importantes contribuciones en el campo de la grabación”.
Decir Simón Díaz traduce para los venezolanos mucho más que un compositor y sus canciones. En alguna oportunidad, su hija Bettsimar, afanosa administradora de su invalorable legado, aseguró que su padre era “una hermosa plaza en la que los venezolanos pueden encontrarse”. Qué mejor metáfora puede utilizarse para describir a este inmenso artista de eterna vigencia.